La euforia desatada por el objetivo de crear valor para el accionista, antes de la crisis de las tecnológicas del año 2000, declaró la denominada guerra de las métricas en la que la ganadora fue el EVA© (economic value added) y los derrotados fueron acrónimos como CFROI, CVA y MVA entre otros ya olvidados.
El EVA resta del beneficio neto el coste financiero del patrimonio neto contable, aunque según su proponente Stern Stewart & Co. haya que hacer más de cien ajustes a los estados financieros. La ventaja del EVA sobre el beneficio neto es que premia el uso productivo del capital empleado. Este índice se venía utilizando desde hace mucho tiempo con otras denominaciones, como beneficio económico o beneficio residual. Ya lo hizo Alfred Marshall en sus Principios de Economía de 1890.
La resta del coste del patrimonio neto, producto de la rentabilidad exigida por el accionista y el valor contable de dicho patrimonio, es análoga a la resta de los intereses sobre la deuda financiera que sí incluye la cuenta de resultados. Por el ello el EVA es un indicador más completo que el beneficio neto, pues deduce el coste total de la financiación y refleja mejor el excedente empresarial obtenido en el año.
Pero, a diferencia de lo que se afirma recurrentemente, el EVA no mide la creación de valor para el accionista porque omite lo más importante de dicha creación: la variación de las expectativas durante el periodo y su efecto decisivo sobre el valor de la empresa.
Aunque la evamanía se haya debilitado -hace años que Bain & Co dejó de considerarla como una herramienta de gestión clave-, todavía son muchos quienes indebidamente otorgan al EVA la capacidad para medir el valor creado. La creación de valor para el accionista es la suma de la plusvalía obtenida durante el periodo más las rentas netas recibidas menos el coste financiero del capital a valores de mercado (no contable), recogiendo la plusvalía la mencionada variación de las expectativas. Eso no lo mide el EVA, por ser un índice que mira al pasado.