Los test de estrés gozan de notoriedad desde hace unos años por su aplicación a la banca. Según la Dodd-Frank Act de 2010, que promueve la estabilidad financiera en los EEUU de América, un test de estrés prevé el impacto potencial de un escenario sobre el resultado y el capital de una entidad, considerando su situación actual y sus riesgos, exposiciones, estrategias y actividades. Para ver si se aprueba el test se utilizan indicadores clave, relacionados con los resultados, la liquidez y la solvencia. Para los supervisores el test es un medio de evaluar la resistencia de la entidad y del sistema financiero. Para las entidades financieras, es un instrumento de análisis del negocio para identificar sus vulnerabilidades.
Análogamente, un test de este tipo puede aplicarse a la empresa no financiera para estimar las consecuencias de un escenario adverso y extremo. Como siempre sucede lo inesperado, no se trata tanto de adivinar el futuro como de estar preparado para lo imprevisto. La realización de esta prueba exige formular:
- El escenario del entorno de crisis extrema y un caso base más probable.
- El modelo económico de la empresa mediante la técnica de los inductores (o drivers) para prever sus estados financieros y sus ratios clave.
- Los niveles de tolerancia válidos, cuyo incumplimiento haría peligrar a la empresa.
- Los resultados de simular la crisis sobre la empresa para evaluar el cumplimiento de las tolerancias fijadas como límites.
- El plan de acción que anticipe posibles problemas y los prevenga.
Los niveles de tolerancia son los criterios que deben superarse en el test. El menos grave es eliminar los dividendos -disgusta pero es soportable-; el siguiente es que la rentabilidad sea inferior al WACC -ya preocupa-. Luego, que no se genere suficiente caja -supone una amenaza real- y que el endeudamiento se dispare -ahoga a la empresa-. Los dos incumplimientos más graves son la falta de liquidez -que ya mata- y la insolvencia -que entierra a la empresa-.
El test de estrés anticipa los problemas potenciales y fuerza a tomar medidas sobre temas estratégicos para protegerse del escenario adverso. Por ejemplo, la diversificación de actividades y geográfica, el predomino de los costes variables, la posibilidad de repercutir al cliente el aumento de los costes, la solvencia de los clientes, el vencimiento a largo de la deuda, la posibilidad de acudir a los mercados de capitales internacionales o la cobertura de las exposiciones son, entre otras muchas, actuaciones preventivas que aminoran el impacto potencial de la crisis.
A partir del grado de cumplimiento de cada uno de estos criterios se construye un índice de la salud financiera de la empresa para medir su capacidad de resistencia a las dificultades. Este índice lógicamente se relaciona con el coeficiente Beta que usan los financieros para estimar el coste del patrimonio neto.
Otras ventajas del test de estrés residen en que ayuda a comprender el modelo de negocio, integra al equipo al compartir las previsiones y las áreas claves de gestión y muestra que la descapitalización e iliquidez no son solo problemas del financiero. Por todo ello, esta técnica debe incluirse en la agenda anual del Comité de Dirección de la empresa no financiera, incluso cuando menor parezca la amenaza del entorno y aprovechando que los efectos de la crisis actual aún no se han olvidado.