Una alquimia financiera es un mecanismo no sostenible de mejora de los resultados a corto plazo a costa de degradar los beneficios a largo. Su efecto es reversible, por lo que cuando las circunstancias se dan la vuelta el beneficio oportunista obtenido anteriormente se torna en pérdida desastrosa. El menú incluye alquimias como:
El crecimiento orgánico exagerado, por encima de las posibilidades del mercado, porque el aumento de la capacidad utilizada reduce el coste unitario al repartirse los recursos entre un volumen mayor. Pero si el crecimiento no está avalado por el mercado, la reducción del coste no se mantendrá y el proceso revertirá en algún momento, provocando una caída de la actividad, el aumento del coste unitario y la aparición de déficits. Las consecuencias son más graves si se han realizado grandes inversiones que luego resulten inservibles. Los bienes de consumo duradero, por su gran dependencia del ciclo económico, ofrecen ejemplos recurrentes de esta alquimia. También el sector financiero, cuando por el afán desmedido de crecer se amplía la red con nuevas oficinas que han de ser cerradas posteriormente. Un crecimiento no sostenible es de ida y vuelta, teniendo que soportar primero el coste de crecer y después los de desmantelamiento y subactividad.
El endeudamiento imprudente, porque siempre es rentable tomar dinero a un coste inferior a la rentabilidad de invertirlo. Pero el endeudamiento solo es favorable si este margen financiero se mantiene y se pueden pagar los desembolsos de la deuda, lo que se incumplirá cuando el mercado se dé la vuelta y no se generen los fondos suficientes para atender dicho servicio. Ello no obsta para que, como en la alquimia anterior y en las que siguen, se repartan bonus generosos mientras dura la fiesta.
La agresividad comercial desmedida para impulsar las ventas con riesgo de ser anuladas, como sucede cuando se presiona al canal de distribución para que compre por encima de sus necesidades. El canal, si se le estimula adecuadamente y se le asegura la devolución, acepta casi siempre este exceso. Pero cuando rebose su stock devolverá el producto, teniendo la empresa que anular la venta, retrotraer el beneficio y recuperar un género quizá obsoleto. La mejora del beneficio a corto plazo, consecuencia de las mayores ventas y la reducción del coste unitario por el aumento del volumen, será seguido de fuertes pérdidas.
El recorte en los costes e inversiones estratégicas, –que afectan a la fortaleza futura de la empresa– porque genera ahorro oportunista a corto plazo. Cuando el erial sea evidente puede ser demasiado tarde para enderezar el destrozo causado.
La obtención de pedidos en base a convolutos, lo que da la sensación de una buena gestión hasta que otro paga más, se descubre la trampa o desaparece el conseguidor. Un efecto colateral, como sucede en el resto de las alquimias, es el perjuicio que causa a la sana competencia, la que se basa en los méritos, no en la agenda y las artimañas.
La compra oportunista de otras empresas, a veces más grandes que la propia, a precios abultados, que resultan difíciles de financiar y gestionar. Esto termina desestabilizando al comprador y provocando su ruina, lo que no impide que se repartan gratificaciones millonarias, primero, por la compra realizada y luego por venderla. Como en el resto de las alquimias, la empresa primero paga por crear el problema y luego, por solucionarlo.
La aceptación de riesgos catastróficos que, mientras el viento es favorable, alimentan el beneficio por la especulación que suponen y el ahorro de las coberturas, pero, cuando se materializan, desatan la traca final que castiga la osadía.
La creación, intencionada o no, de organizaciones complejas, difíciles de gestionar y controlar. A veces, el deterioro de una parte de la organización arrastra al resto en un efecto dominó. Otras, permiten ocultar la realización de transacciones inexistentes. Baste con recordar el ejemplo de Enron u otros más cercanos.
El pago de dividendos excesivos, que no son sostenibles y descapitalizan la empresa, debilitándola para enfrentarse a la próxima crisis. Si la empresa cotiza en bolsa, se espolea artificialmente su precio y, en todo caso, se transmite un mensaje de éxito con el elevado aunque efímero dividendo, merecedor de nuevos bonus mientras se hipoteca el futuro.
Todas estas actuaciones, que deberían ser identificadas por el control de gestión antes de que originen la ciclogénesis explosiva de la empresa, crean una euforia oportunista que, con frecuencia, es celebrada por el mercado, aunque casi siempre dejen empresas rotas. Por ellas, los alquimistas modernos son premiados con retribuciones de escándalo hasta que se produce la calamidad. Luego, si no han volado antes, los autores son cesados amablemente y premiados con nuevas indemnizaciones de escándalo. El alquimista inteligente encuentra pronto nuevo acomodo en una nueva presa. Solo el torpe, quien insensata y presuntamente delinque, corre el riesgo, aunque pequeño, de terminar imputado.
Cuando no se deben a la ignorancia, estas alquimias y sus premios salen adelante por la concentración del poder o por el apoyo de los accionistas de control, que quizá cobran su voto con favores cruzados y en la esperanza del hoy por ti mañana por mí. Pero estas prácticas oportunistas, que conducen al desastre, dañan seriamente la credibilidad y el funcionamiento del sistema económico y perjudican la gestión profesional de otras empresas y el bienestar de sus partícipes.